lunes, 9 de marzo de 2009

"Literatura infantil argentina. Infancia, política y mercado en la constitución de un género masivo"


 INSTITUTO OSCAR MASOTTA
Delegación Río Gallegos


 Título: Literatura infantil argentina. Infancia, política y mercado en la constitución de un género masivo
Autores:
Marcela Arpes y Nora Ricaud
Editorial: La Crujía – Stella; Buenos Aires, 2008; 120 pp.

Comentario de Juan Ennis

Había una vez un género postergado por la crítica académica, un pliegue menor en el mapa de nuestras letras: la cándida literatura infantil. Por eso mismo, resulta grato encontrarse con una propuesta de la solidez teórica y solvencia crítica como la que Marcela Arpes y Nora Ricaud nos presentan al poner esta serie bajo la lupa. La historia del género, su surgimiento en nuestro país, su relativa permeabilidad frente a los condicionamientos impuestos por las leyes del mercado –que han resultado determinantes tanto en su conformación como género masivo como en cuanto a las representaciones generadas en torno al mismo–, los mecanismos de su recepción, las particularidades de su público lector más específico (el lector-niño, el lector menor, de una literatura, por lo tanto, “menor”) y la peculiar figura del lector mediador adulto, la posición marginal de sus escritores en el campo literario; todos estos elementos configuran a grandes rasgos el objeto delineado por las autoras.
El libro se divide en tres capítulos. El primero, “La literatura infantil argentina: un género de la cultura de masas”, ofrece una aproximación a la misma desde la teoría literaria, haciendo en primer lugar un rastreo histórico de sus precursores en Europa, desde Perrault, los hermanos Grimm y los magasins creados por Mme. de Beaumont en el siglo XVIII como primera forma literaria pensada específicamente para un público infantil. En la literatura argentina, si bien la generación de una demanda inusitada de textos para este tipo de lector en el preciso marco de la escuela pública a partir de la sanción de la ley 1420 en 1884 abre el camino a la construcción de los primeros antecedentes para el género, es sobre todo recién en los años ‘60 del pasado siglo cuando la labor pionera de María Elena Walsh instala en el horizonte de lecturas la posibilidad de una producción “despojada de
finalidades pragmáticas, ya que la apuesta de su proyecto creador estará centrada, fundamentalmente, en captar el gusto y los intereses de sus genuinos destinatarios” (p. 18). Seguidamente, las autoras realizan un recorrido por las distintas estrategias textuales y paratextuales características del género, que en cierto modo lo determinan y regulan las filiaciones y modos de pertenencia al mismo. Las constantes temáticas, sus condicionamientos y determinantes, las operaciones retóricas que permiten eludir la gravedad de un tono magisterial y proponer una situación comunicativa más simétrica, el registro adoptado y el uso lúdico, paródico y satírico del mismo dan forma a los ojos de Arpes y Ricaud al entramado discursivo característico del corpus por ellas recortado. Especialmente afortunado resulta el enfoque del mismo desde la dicotomía canon/ruptura: la literatura infantil se presenta así en su emergencia como género masivo en los ‘80, por un lado, ensayando un gesto de rechazo rupturista frente a toda pretensión de predominio de lo didáctico-moralizante en este tipo de escritura; por el otro, pensándose como literatura, crea sin embargo “un dispositivo de enunciación nuevo” (frente al canon literario tradicional) que le permite establecerse como género autónomo (pp. 34-35).
El segundo capitulo, “La literatura infantil en la mira del poder”, se ocupa sobre todo de la producción de este tipo en Argentina bajo el régimen dictatorial de 1976-1983, abordándola desde la perspectiva que ofrecen los Estudios Culturales. Se trata, según las autoras de la literatura que se produce “en la dictadura sobre la dictadura” (p. 46). La literatura infantil deviene en ese marco, a través de los múltiples cauces de la elipsis y la alusión velada, fragmentaria o difusa, espacio de resistencias, lugar de un poder decir de otro modo lo que el poder silencia. La parodia aparece como la herramienta discursiva privilegiada en este sentido, y por ello es objeto en este capítulo de un pertinente repaso teórico que desemboca en la consideración de la misma como forma de operar contrahegemónicamente en el sentido williamsiano del término. Decisiva resulta para la argumentación por ello la observación realizada acerca de la sujeción de la literatura infantil en el contexto de la dictadura a las mismas condiciones de recepción que el resto de las expresiones culturales (p. 52). Desde este punto de vista se analizan textos emblemáticos de la literatura infantil de la época como La torre de cubos y Monigote en la arena, de Laura Devetach; Un elefante ocupa mucho espacio de Elsa Bornemann; Amadeo y otra gente extraordinaria de Graciela Montes, y El monte era una fiesta de Gustavo Roldán. Interpelando el pensamiento crítico de los niños, estos textos representan “una alternativa que se inscribe en el proyecto cultural contrahegemónico” (p. 65). Consecuentemente, no sólo la superficie de los textos y los anteriormente cotejados paratextos constituyen el objeto de estudio de Arpes y Ricaud, sino también los mecanismos de censura y coerción que condicionan su producción y recepción, dando lugar a un sugerente análisis de dos casos particulares de violenta intervención del Estado sobre la literatura infantil: el Decreto Nº 3155 del 13 de octubre de 1977, que prohibiera Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann y El nacimiento, los niños y el amor, de Agnés Rosenstiehl y la Resolución Nº 480 del Ministerio de Cultura y Educación (23 de mayo de 1979), que prohíbe La torre de cubos, de Laura Devetach. El capítulo se completa enseñando cómo la representación del público infantil propia del Estado como recipientes vacíos susceptibles de ser llenados de perversa ideología entra en conflicto con la propiciada por esta literatura, plasmada, como reza el título del apartado, en lo que aquél percibe como “libros peligrosos que engendran niños subversivos” (p. 72ss.). En ese contexto, la figura del docente como mediador y transmisor de ideología juega un papel decisivo a los ojos de la dictadura.
Atinadamente subraya el prólogo de Analía Gerbaudo al libro su carácter de “operación crítica”, el movimiento de “intervención” que en él puede leerse sobre la agenda teórico-crítica de la academia: las mismas autoras sientan una posición clara con respecto a la consideración de su objeto, al apuntar desde el comienzo su intención de “rescatar la alternativa de una literatura infantil que se considera auténtica literatura y que, desde su emergencia, se legitima en la consideración de su destinatario niño en tanto genuino protagonista del deseo y del disfrute estético” (p. 14). Más adelante, este movimiento termina de completarse, al desestimarse el menosprecio de la literatura infantil a causa de su inscripción en la literatura de masas, precisamente porque en la actualidad la misma alberga en mayor o menor grado toda la práctica artística. Señalan así en su corpus un modo de distinción con respecto a la masividad del mercado donde se inscriben que emula la de la literatura “de los mayores”: el proyecto creador de estos autores constituye, en ese marco, una apuesta creativa original y arriesgada frente a “la oferta indiscriminada y homologada” del mercado (p. 44).
Esta operación se amplía y profundiza con la inclusión de la voz de los autores en el tercer y último capítulo. Se nos presentan allí las respuestas a “siete preguntas para siete escritores” (Laura Devetach, Ricardo Mariño, Graciela Montes, Gustavo Roldán, Silvia Schujer, Ema Wolf y Graciela Cabal), planteadas y analizadas por las autoras. Son ejes fundamentales de este ejercicio cuestiones medulares para la historia del género como la relación del trabajo de creación con el contexto histórico de producción, la profesionalización de los escritores, su posicionamiento en el campo, los ecos y expectativas de su recepción, pertenencia a formaciones específicas dentro o fuera del género, los comienzos y las más o menos angustiosas influencias.
En suma, Literatura infantil argentina, no es sólo un aporte enriquecedor al panorama crítico contemporáneo, sino que puede leerse, además, como una interesante apuesta en pos de su renovación.
Cecilia Aberastury – Juan Ennis
Universidad Nacional de la Patagonia Austral

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